jueves, 20 de septiembre de 2012

FORMACIÓN EN PENSAMIENTO CIENTÍFICO Y RAZONAMIENTO LÓGICO

 
La apuesta por la indagación está estrechamente ligada a los retos educativos y a la reformulación de los currículos vigentes, la tarea de enseñanza-aprendizaje se presenta cada vez más compleja, no solamente por lo que ella misma reclama –lo que sabemos sobre enseñar y aprender, sino también por los cambios que tienen lugar en las llamadas sociedades del conocimiento, a saber (Hernández et ál., 2011: 10):

a) el surgimiento de nuevas problemáticas y tendencias vinculadas con los modos de producción, acceso, difusión y legitimación del conocimiento, especialmente los conocimientos científicos y tecnológicos (Gibbons y otros, 1994);

b) la digitalización de la información, que ha desplazado la atención de las finalidades, valores e ideales a los medios y técnicas para obtener resultados eficaces en la presentación, recopilación y distribución de la información;

c) la combinación de las nuevas perspectivas pedagógicas en el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), que están propiciando la aparición de nuevos formatos organizativos para la educación;

d) la generalización del uso de las TIC, que posibilitan y demandan nuevas formas de enseñanza y aprendizaje y, con ello, del desarrollo de competencias para la selección, valoración e interpretación adecuada de la información, así como para la evaluación de los procesos y los resultados de los aprendizajes;

e) las características, necesidades y expectativas de las nuevas generaciones de niños y jóvenes, cada uno con sus propias historias de vidas diversas y disímiles entre sí.

En este contexto, las sociedades actuales requieren de docentes que, desde la Educación Básica, se comprometan con el desarrollo de experiencias de enseñanza-aprendizaje abiertas a fortalecer los procesos de construcción, validación y movilización de múltiples formas de conocimientos.

En tanto que los conocimientos de la ciencia y la tecnología se han incorporado en la vida social, su inclusión en el proceso educativo es clave tanto para interpretar y comprender el mundo actual como para formular juicios propios sobre los avances científicos y tecnológicos, sus ventajas, riesgos e impactos.

Este módulo está dirigido a orientar a los docentes en los procesos de desarrollo del pensamiento científico de sus alumnos.

El pensamiento científico se entiende como una forma de pensamiento crítico y autónomo que permite generar nuevos conocimientos mediante la formulación de preguntas sobre el mundo natural y social, la interpretación de evidencias empíricas, la construcción de modelos explicativos y la argumentación de los mismos.

Si bien se trata de un pensamiento que enfatiza la búsqueda del origen y fundamento de las creencias, conceptos, representaciones y teorías científicas, sus aplicaciones rebasan el contexto de la ciencia, para volverse una forma de comprender e interactuar con el mundo natural y social.

Este tipo de pensamiento transforma nuestros modos de investigar, analizar, evaluar y reconstruir los conocimientos, asimismo mejora la disposición y el entendimiento cuando debemos enfrentarnos con situaciones cotidianas que demandan conocimientos científicos.

Por su carácter crítico, se trata de un proceso auto-dirigido, que fomenta la auto-disciplina, elauto-control y la auto-corrección del propio pensamiento para asegurar la calidad del mismo.
La formación del pensamiento científico se propone, por consiguiente, como una vía para lograr que los alumnos sean capaces de pensar críticamente y aproximarse científicamente a lo que acontece a su alrededor y en su propio ser; de posicionarse ante una situación problemática, así como de emitir opiniones y tomar decisiones razonadas.

En suma, el desarrollo del pensamiento científico representa una oportunidad estratégica para que los alumnos y docentes aprendan a resolver problemas específicos y a responder a las necesidades de la sociedad, mediante el uso de los conocimientos y las habilidades científicas, y el desarrollo y aprovechamiento de la curiosidad y la creatividad.

¿RECUPERAR LA ESPERANZA?

La investigación educativa entre pasado y futuro*
PABLO LATAPÍ SARRE

 Colegas y amigos,en este México de la Edad del Quinto Sol –la del Sol en Movimiento, en el que un destino cósmico parece que nos obliga a destruirnos para reconstruirnos sin cesar, pasado y futuro se funden en cada presente. Estamos saliendo y a la vez entrando en un tiempo circular, como en las puertas giratorias. Tal es la condición que los dioses nos han impuesto a los mexicanos. Y ello me fuerza a hablar del pasado y del futuro en esta conferencia, yendo y viniendo en el tiempo y mudando escenarios. Me propongo, en esta solemne ocasión en que se clausuran los trabajos de nuestro IX Congreso Nacional, compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la evolución de la investigación educativa (IE) en México y plantear algunas preguntas que nos comprometen. Los primeros pasos Quienes, hace más de cuarenta años, roturamos el terreno para abrir un nuevo campo de investigación científica –el de la IE– y me refiero tanto a mis colegas en el Centro de Estudios Educativos que suele considerarse la primera institución de IE en el país, como a mis colegas de otras dos instituciones fraternas, el Departamento de Investigaciones Educativas del CINVESTAV y la Comisión de Nuevos Métodos de Enseñanza de la UNAM, actuábamos a la vez por una especie de instinto y por móviles racionales. Sentíamos e intuíamos que lo que hacíamos era lo que queríamos hacer, y también éramos conscientes de que esas acciones eran lo que el país requería; aunque el futuro nos era desconocido, teníamos la seguridad de que nuestras iniciativas contribuirían a la construcción de un mejor país. ¿Cuál era el contexto? El pensamiento educativo que privaba en el país desde los años 30 hasta los 60, siguiendo las orientaciones de Moisés Sáenz y Rafael Ramírez y bajo la influencia de John Dewey, estaba dominado por una concepción “pedagógica”: “la educación” era lo que sucedía en las aulas; hacer ciencia de ella era, en consecuencia, desarrollar una ciencia del maestro, desde perspectivas pedagógicas y psicológicas, en la tradición de Herbart. Lo que se enseñaba en las escuelas normales de la época eran nociones de psicometría, orientación vocacional, antropometría y educación especial, con influencias francesas y, en parte, estadounidenses. La investigación sobre la educación como hoy la conocemos era prácticamente inexistente en el país. La gran innovación que hicimos quienes impulsamos la IE en la década de los sesenta fue concebir la educación como un objeto de estudio multidisciplinar, como un punto de encuentro de muy diversas disciplinas: sociología, economía, estadística, psicología, antropología social, administración, historia, ingeniería de sistemas y otras.

Fue un cambio de paradigma que se apoyó en la idea de la planificación del sistema educativo, que por esos años promovían varios organismos internacionales como la OEA o la UNESCO5 que empezaban a considerar los sistemas educativos como piezas fundamentales del desarrollo, que debían sujetarse a políticas de largo alcance, para lo cual se requería de investigaciones de diversas disciplinas. El nuevo enfoque multidisciplinario implicó modificaciones sustantivas en los objetos de estudio, los cuales dejaron de circunscribirse al aula y se ampliaron a las relaciones de la escolaridad con la demografía, la movilidad social, el empleo, la productividad y otros fenómenos sociales. Formulamos nuevas preguntas en el ámbito de la investigación que nos obligaron a recurrir a distintas teorías y a distintos métodos de indagación; y este nuevo paradigma abrió las puertas necesariamente a profesionales de muy variadas disciplinas, unidos en el deseo de investigar “la educación”. Gradualmente, en un proceso que abarcó hasta los ochenta, se fue integrando una nueva comunidad, la de investigadores de la educación, que se propuso cohesionarse como gremio académico con identidad propia y luchó por ganar sus espacios profesionales. Fue un proceso intenso de expansión: si en 1970 existían sólo dos licenciaturas universitarias en Pedagogía con 270 estudiantes, hoy hay cerca de cien con más de 12 mil estudiantes. Y si en 1970 había sólo una maestría en Pedagogía, por 1979 eran ya 18, y hoy sobrepasan las 150, sumamente diversificadas en sus denominaciones y contenidos.

 El proceso de profesionalización de los investigadores fue, asimismo, acelerado y no ocurrió sin serios problemas de calidad y rigor. Si en 1981 se estimaba que sólo 5% de los investigadores de la educación contaban con doctorado, 16% con maestría, y 42% con licenciatura, hoy se calcula (restringiéndonos a los investigadores registrados y activos en el Sistema Nacional de Investigadores) que 57% tienen doctorado, 30% maestría y 2% alguna especialidad, aunque sólo la cuarta parte de ellos hayan cursado la licenciatura en Ciencias de la Educación. Un punto de inflexión importante fueron las acciones del Programa Nacional Indicativo de Investigación Educativa del CONACyT, que se llevaron a cabo gracias al concurso de muchas voluntades, y con el respaldo de afortunadas coincidencias. Una de esas acciones, por cierto, fue la organización del primer Congreso Nacional de Investigación Educativa en 1981.Otras acciones fueron: los primeros estudios sobre la capacidad de IE para procurar que se consolidaran nuestras instituciones; las primeras investigaciones sobre las maestrías en Educación y en IE, para estimular su interacción y homologación; diversos estudios y talleres sobre el “uso e impacto” de la IE; varias iniciativas para fortalecer las bibliotecas especializadas y el establecimiento del Índice de Revistas de Educación Superior e Investigación Educativa (IRESIE); el Plan Maestro de IE 1982-1984 que proponía por primera vez políticas de desarrollo de la IE en el país, para ser acordadas con los directivos de las instituciones; los primeros inventarios de revistas especializadas y de difusión en nuestro campo; y el establecimiento de nexos fructíferos con instituciones del extranjero, sobre todo de América Latina. Coadyuvaron también en este proceso las Reuniones de Información Educativa (RIE) que, desde 1974 hasta principios de los ochenta, facilitaron la comunicación entre los investigadores y la interlocución con funcionarios de la administración educativa. Otros dos mojones en el camino de consolidar nuestra comunidad de investigadores fueron el establecimiento del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en 1984 que, al definir reglas de desempeño y promoción para todos los investigadores del país, repercutió en nuestra autodefinición e impactó de diversas maneras nuestra productividad y, por otro lado, la constitución del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE) en 1993 como organismo que nos representa y promueve la calidad de la IE, el que –entre otras actividades– publica la Revista Mexicana de Investigación Educativa y organiza los estados de conocimiento que registran periódicamente los avances de nuestro campo de un modo que, creo, lo hacen muy pocos gremios de investigadores en el país o en el extranjero. El presente: la desesperanza La puerta giratoria de nuestra historia nos lleva ahora al presente. Ya en la conferencia inaugural el doctor José Joaquín Bruner expuso datos desoladores sobre los rezagos económicos, sociales y educativos de América Latina en los últimos años, respecto a las demás regiones del mundo. En el panorama nacional comprobamos numerosos datos desconsoladores: el 44% de la población vive debajo de la línea de pobreza y el 20% debajo de la línea de pobreza extrema. El empleo es radicalmente insuficiente; cada año once y medio millones de personas se refugian en el sector informal y medio millón emigra en busca de trabajo; la desigualdad económica y social es insultante y va en aumento, la calidad de nuestros servicios públicos, por ejemplo de seguridad o de salud, se ha degradado y se sigue degradando; seguimos poniendo en riesgo la sustentabilidad del país, consumiendo recursos no renovables, contaminando el agua y deforestando bosques y selvas a un ritmo sin precedente; la corrupción y la impunidad siguen generalizadas, ya aceptadas como hábitos de vida irreversibles; la inseguridad, el narcotráfico y el crimen organizado van en aumento, no obstante los esfuerzos del gobierno por combatirlas; avanza amenazadoramente la proporción de niños y jóvenes que consumen drogas en todas las clases sociales. No nos extrañemos de que la insatisfacción de la mayoría de la población sea cada vez mayor y amenace con estallar como bomba de tiempo; la recurrencia de pequeños grupos a la guerrilla así parece indicarlo. Y en lo político, vamos comprobando que la alternancia, lejos de afianzar la democracia como forma de vida, ha servido para develar cuán hondas son aún nuestras carencias al respecto. Podríamos continuar señalando realidades alarmantes y preocupantes de nuestra patria; quizás algunos de los indicadores mencionados se corrijan en el largo plazo; otros ciertamente no. En todo caso, queda como saldo la oportunidad que hemos perdido. Vale preguntarnos si el futuro nos alcanzó y no vamos ya para atrás. Me duele México. A veces lo veo ya como un país inviable que perdió su rumbo e ignoró su hora; un país sumido en discordias internas, librado a la mediocridad y la irresponsabilidad de sus élites.

 La lista de los bienes que hemos perdido es alarmante: la salud de innumerables niños y jóvenes esclavizados por la droga, la seguridad de nuestras calles, la confianza entre los vecinos y, sobre todo, la autoestima colectiva, la cohesión y el entusiasmo compartido para construir un futuro mejor. Me pregunto cuándo en algún momento de las últimas décadas– todos pusimos lo que estaba de nuestra parte para acercarnos al borde del precipicio. Fijémonos especialmente en la educación nacional. Ésta acusa también rasgos deprimentes que ante ustedes no hace falta enumerar. Ustedes y yo sabemos que nuestra educación, la pública, pero también desde muchos parámetros la privada, está plagada de deficiencias; en pocas palabras, es mala. Más que abrumarlos de datos prefiero invitarlos a analizar por qué. Examinemos cuáles son las energías que en nuestra sociedad tendrían la potencialidad de producir una educación de calidad, de detonar un proceso gradual pero firme para llegar a tener un sistema educativo moderno, eficiente, equitativo y responsable. Recorramos los actores en los que residen esas energías: los gobernantes, las élites, los maestros, la sociedad misma; ¿advertimos que están aplicando su energía a transformar el sistema educativo? Hagamos esto no con la intención de encontrar culpables sino para comprender las razones por las que nuestra educación es mala.